domingo, 26 de junio de 2011

La conciencia y el mundo

¿Qué relación hay entre la conciencia y nuestro conocimiento del mundo?
Por un lado nuestra conciencia es sólo un producto de la inteligencia. Explota el Big Bang, se forman las estrellas y los planetas y en uno de ellos (al menos) se desarrollan seres vivos que, por selección natural, aumentan progresivamente su inteligencia. Finalmente, uno de esos seres vivos termina siendo consciente de sí mismo y del mundo que le rodea, de su nacimiento y de su muerte.
La conciencia que le permite entender esa realidad exterior es sólo un producto de la evolución natural, una capacidad de su cerebro común a los miles de millones de humanos que poblamos la Tierra.

Pero por otro lado la conciencia es lo único que tenemos para conocer todo lo que nos rodea. Éste es el argumento de películas como Matrix, en la que los seres humanos creemos vivir en este mundo pero realmente estamos conectados a algo que nos hace creer que todo esto es real, cuando en realidad el mundo es sólo un lugar del que se puede despertar.
Calderón de la Barca decía que la vida no es más que un sueño y efectivamente podría ser así. Del mismo modo que en ocasiones despertamos de sueños y lo primero que decimos es: “parecía tan real”, pudiera ser que lo que llamamos vida no fuera mas que un sueño del que despertar por muy real que nos parezca. Ese despertar nos haría tomar conciencia de la verdadera realidad.
Decía el filósofo Berkeley que es posible que sólo existas tú y tu dios. Cuando tocas un objeto, lo que experimentas es una sensación en tu cerebro pero no puedes estar seguro de que eso que tocas existe realmente fuera de ti. En ese caso, es tu dios el que te hace creer que estás tocando algo, mandando una sensación a tu cerebro y una imagen a tu ojo. Cada persona con la que hablas, cada sonido que escuchas o cada objeto que tocas son sensaciones que tu dios te hace experimentar pero que no existen fuera de ti. Son sólo imágenes, sonidos y sensaciones que tú interpretas como una realidad exterior a ti pero que pueden ser producidos por cualquier otro motivo y hacerte vivir una farsa.
No tienes forma de distinguir si lo que crees que sucede es real o es un producto de tu mente porque te engaña algún dios, porque estás conectado a una máquina o porque estás dormido.

La conciencia puede ser un producto de la inteligencia que te permite conocer una parte del mundo, o puede ser que el mundo no sea sino una irreal y engañosa puesta en escena de la conciencia.

sábado, 18 de junio de 2011

Más allá no ha ido nadie

Cuando era niño solía pensar que, en cierto modo, es una pena que ya toda la Tierra esté descubierta. Debe haber sido emocionante haber vivido en un mundo en el que parte de los mapas estaban sin dibujar, en el que había mares que no se sabía hasta dónde llegaban; un mundo en el que había puntos en los que se podía decir “más allá no ha ido nadie” y ser tú el primero en ir más allá.

Pero quedan todavía muchos “mapas” sin dibujar. Desde nuestra más tierna infancia asistimos a clases que nos enseñan, poco a poco, el vasto conocimiento humano. Durante años tratan nuestros profesores, con más o menos éxito, de enseñarnos lo esencial de dicho conocimiento. Así que pronto somos conscientes de que todo está ya descubierto, que por mucho que estudiemos sólo recorreremos caminos que otros han trazado. ¿Para qué esforzarse por aprender si ya no queda nada por descubrir?

Decía Isaac Newton que lo que sabemos es una gota de agua y lo que desconocemos el océano. Puede que desde entonces hayamos descubierto muchas otras gotas, incluso lagos enteros, pero sigue quedando un océano por descubrir.
Nos empeñamos en educar contando cómo son las gotas que ya hemos visto, en lugar de explicar, además,  que hay todo un océano sin explorar.

Podríamos enseñar todos los teoremas matemáticos que aún están sin demostrar, que la inmensa mayoría del universo está compuesta de algo que no tenemos ni idea de lo que es o que la mayor parte del genoma humano hace cosas inexplicables a nuestros ojos. Podríamos decir a los niños que estamos empezando a descubrir planetas que podrían albergar vida tal y como nosotros la conocemos.

Deberíamos volver a señalarles a los niños y a los adolescentes los puntos en los que se puede decir que nadie ha ido más allá, de no privarles del deseo de descubrir ese mundo que aún está sin dibujar, antes de que crezcan y ya no sean capaces de ver más allá de la gota en la que flotan.

sábado, 11 de junio de 2011

El último pez

Tres cuartas partes de la tierra están cubiertas por el mar, dejando tan sólo un cuarto para la tierra emergida. Los animales marítimos siempre han podido vivir indiferentes a lo que ocurría en esa pequeña porción rocosa. Pero no imaginaban que la tierra emergida produciría casi siete mil millones de seres humanos capaces de devorar, contaminar, radiar, mutilar y plastificar todo ese ecosistema submarino.

¿Y si hubiera sido al revés, si la repartición hubiera deparado tres cuartas partes emergidas por tan sólo una de mar? Podría haber entonces más de veinticinco mil millones de seres humanos para una superficie de mar equivalente a lo que hoy es el océano atlántico. Haría tiempo ya que habríamos acabado con cualquier tipo de vida submarina.

Sin duda sería mejor que hubiera aún más océano, que los hombres viviéramos en una pequeña isla, incapaces de suponer una amenaza para los seres marinos. Podría pensarse que el calentamiento global nos traería al menos una buena noticia en ese sentido: el deshielo y la consecuente subida de las aguas reducirán el tamaño de la tierra emergida. Pero las malas noticias superan con creces a ese pequeño soplo de optimismo, entre ellas que el deshielo generará más tierra habitable en zonas árticas, tierra además rica en hidrocarburos cuya explotación agravará el estado de salud de la Tierra.

Si no cambiamos nada llegará el día en que pesquemos el último pez y nos acercaremos a lo que dice una profecía india: “Sólo cuando se haya talado el último árbol, sólo cuando el último río haya sido envenenado, sólo cuando se haya pescado el último pez, sólo entonces, nos daremos cuenta de que el dinero no se puede comer”.

sábado, 4 de junio de 2011

La existencia de las ideas

¿Qué existe y qué no? Parece claro que una piedra entra en el primer grupo, podemos verla y tocarla (o golpearnos con ella por si aún nos quedan dudas). Pero, ¿existe una canción? Se nos escapa entre los dedos y nadie puede verla. Pero somos capaces de oírla y reproducirla con nuestra voz así que algo de ella sí existe. Es también una pista en un CD, ondas de presión en el aire, notas sobre un pentagrama. Luego parece que también existe, aunque no pueda ser percibida por todos nuestros sentidos.

Busquemos algo que no exista. Como decían ya algunos filósofos griegos, el hecho de pensar en algo no significa que exista. Una sirena, por ejemplo, podemos representarla en nuestras mentes pero no existen. Es cierto que la naturaleza no las produce, pero podemos dibujarlas o esculpirlas, convirtiéndolas en objetos perceptibles por nuestros sentidos. Pero puede alegarse que eso no es sino un molde, una roca con forma, nunca nuestra idea de sirena. Pero, ¿y si hacemos una película de animación representando nuestra idea de sirena? ¿No supone toda esa información digital de alguna forma su existencia?
Más aún, ¿y si a base de manipular ADN consiguiéramos un día crear una? En ese caso ya no podríamos seguir resistiéndonos a que existe algo que en principio era sólo una idea.
Incluso la idea de algo abstracto como la democracia puede escribirse en un libro o escenificarse sobre un lienzo, y sentimos bastante bien sus efectos como para que sea algo inexistente.

¿Qué es entonces lo que no existe? ¿Aquello en lo que no podemos pensar, lo que escapa a nuestra imaginación? Pero, ¿no es un poco pretencioso creer que sólo existe aquello que nosotros podemos concebir, como si fuéramos nosotros los que creásemos todas las ideas posibles?
Del mismo modo que nosotros podemos transformar en existente aquello que sólo está presente en nuestra imaginación, una hipotética inteligencia extraterrestre puede imaginar y hacer existentes cosas que nosotros no podemos concebir. Así que el hecho de que algo no quepa en nuestra mente no significa que no exista.
Del mismo modo, la idea de democracia existía desde los albores de la vida en nuestro planeta y no fue hasta el desarrollo de nuestra especie cuando esa idea se comprendió. Luego la idea estaba ahí, esperando a que alguien la comprendiera.

Pero entonces estamos dando la vuelta al problema, parecía que las ideas las creábamos y las hacíamos nosotros existentes y ahora resulta que había ideas ya existentes esperando a que nosotros las comprendamos. Esa es la cuestión, si somos el artesano que abstrae y crea ideas o sólo el faro capaz de alumbrarlas.

¿Habrá ideas más allá de las que pueden ser concebidas por todas las inteligencias naturales o artificiales presentes en el universo esperando a ser descubiertas? Las leyes del universo forjan las mentes de sus inquilinos, establecen sus lógicas y marcan los límites de lo que éstos pueden comprender. ¿Habrá ideas esperando a que otros universos exploten creando otras leyes de la naturaleza y puedan dar como fruto inteligencias capaces de comprenderlas?

Tal vez todo exista y el universo no sea sino una ocurrencia, una particularización casual capaz de iluminar sólo una parte de ese todo, un todo que para verse por completo necesita otros faros que sólo otros universos pueden crear.