martes, 8 de enero de 2013

El castigo

El castigo representa uno de los pilares fundamentales en la mayor parte de las religiones. Para cristianos, judíos y musulmanes existe un infierno que castiga de forma eterna a los grandes pecadores que no se han arrepentido, sin revisión de pena posible. Para otros como los budistas, el castigo viene en forma de reencarnación, sufriendo en vidas futuras las penalidades merecidas en ésta. Pero la cuestión es que siempre hay algún tipo de castigo de ultratumba para los que no han obrado de forma adecuada en base a un conjunto de valores o ritos.
No hay religión sin castigo, que inculque valores pero que no premie y castigue en base al cumplimiento de los mismos, ¿por qué?

Hace tiempo se realizó un estudio mediante una simulación informática que trataba de ver la supervivencia de los individuos en función de sus creencias y su predisposición a castigar a los que no pensaban como ellos.
La idea era separar a las personas en cuatro tipos:

·         Moralistas: creen que hay un código que determina qué está bien y qué está mal, un conjunto de normas de conducta que todos deben respetar y castigan a aquellos que no lo cumplen.
·         Cooperativos: también creen en el código del bien y el mal pero no castigan a aquellos que no lo respetan.
·         Egoístas: no creen en ningún código a respetar sino en aquello que es bueno o no para ellos. No persiguen ni castigan a los que no lo cumplen.
·         Destructivos: al igual que los egoístas sólo creen en sí mismos pero además castigan a aquellos que no cumplen con el código de creencias del resto de la sociedad (a pesar de que ellos no creen en ese código y no lo cumplen).

Por ejemplo, un código moral puede ser repartir la comida disponible entre todos los miembros del grupo por igual. Un moralista reparte la comida pero trata de ver que todos lo hacen y castiga a los que no obran así. Un cooperativista reparte la comida sin mirar qué hacen los demás. El egoísta trata de comer todo lo que puede  (se arriesga a recibir el castigo del moralista) y no mira lo que hace el resto. El destructivo come lo que puede y además castiga a los que no reparten la comida (a otros destructivos y a los egoístas).

Pasado un tiempo, las sociedades de moralistas sobreviven, porque siguen un código que es bueno para el grupo en su conjunto y velan por castigar o expulsar a los individuos que no se comportan así. Los egoístas también perduran, porque aunque son castigados, como se preocupan por sí mismos siempre consiguen algo de comida con la que sobrevivir. A los destructivos les va igual que a los egoístas, incluso algo mejor, porque al castigar a otros disimulan su propio egoísmo.

Pero los cooperativos pronto desaparecen. Ayudan a los demás, pero no miran si aquello está lleno de egoístas y destructivos por lo que poco a poco se van quedando sin comida y acaban por desaparecer.
La mayoría de los seres humanos pertenecemos a alguno de los tres grupos supervivientes, o a una mezcla de los mismos.

Parece ya claro el origen del castigo de ultratumba en toda religión. Todas están fundadas por sociedades de moralistas (con algunos destructivos y egoístas infiltrados). Como además, la vida no es justa y el mal a menudo queda sin castigo, es necesario crear algún tipo de infierno o reencarnación desfavorable para dar la impresión de que ningún gran pecador queda impune, que nadie consigue burlar durante toda su vida las normas y salir indemne.

Es una pena que no queden cooperativistas porque representan el bien absoluto. Lo importante de las religiones son valores como la solidaridad o el amor al prójimo, pero no deben llevar de la mano un castigo eterno (aparte de ser algo insostenible con la creencia en una divinidad infinitamente misericordiosa y todopoderosa). Tampoco es necesario que estén acompañadas por ningún premio en forma de cielo o reencarnación favorable. ¿Qué mérito tiene el bien realizado si es por el egoísta motivo de ganarse una posición privilegiada para toda la eternidad?

En la vida debe haber unas reglas de convivencia y es necesario crear un sistema (como las cárceles) para separar a aquellos que no respetan las normas (asesinos, violadores, etc…) del resto de la sociedad. Pero más allá de estas normas de libertad no debería haber castigo. El cooperativista vive velando por su bien y por el del prójimo, pero no espera nada a cambio, ni en esta vida ni en un supuesto más allá. Y no desea el castigo de ultratumba a nadie.

En una religión de cooperativistas no habría infierno, ni cielo, sólo una vida tranquila de altos valores morales en la que el corazón del hombre únicamente albergaría el deseo del bien.