domingo, 15 de enero de 2012

La ecuanimidad

¿Eres ecuánime? Por desgracia, en el mundo occidental apenas conocemos el significado de esta palabra. Ecuanimidad es la imparcialidad de juicio, según la RAE. Esta acepción puede confundirse con la de justicia, pero no es lo mismo ser ecuánime que justo. Por ejemplo, imaginemos un juez que tiene que juzgar a dos acusados. Ambos han cometido el mismo delito: robar un televisor. Uno de ellos es un príncipe mientras que el otro es un mendigo que duerme en la calle. El juez dicta sentencia: pena de muerte para ambos acusados. El juez es injusto, ya que no parece proporcional matar a alguien por un delito tan leve. Sin embargo, este juez es ecuánime, puesto que ha dictado la misma sentencia con independencia del acusado, ha tratado igual al príncipe que al mendigo.

Ecuanimidad es tratar a todo el mundo por igual. Implica tratar a tu jefe con la misma amabilidad que al becario o al último empleado que acaba de entrar a la oficina. Significa mirar a los ojos del mismo modo al mendigo que a la estrella de fútbol de nuestro equipo favorito. Es comportarse igual con el presidente de nuestro país que con el primer señor que nos encontremos por la calle.

No es que no se pueda hacer distinción entre las personas: un hermano nunca será tratado igual que un desconocido. Pero a mismo grado de conocimiento personal, el trato debe ser idéntico independientemente de su posición social, su fama, su belleza o su popularidad.

Por desgracia, poca gente trata igual a sus superiores que a sus subordinados. Las formas, la amabilidad, el modo de escucharles y de hablarles suele ser bastante distinto. Allá donde haya una jerarquía, el trato varía en función de la posición que se ocupa en la misma. La ecuanimidad es por tanto un valor olvidado en occidente. Tal vez se deba a siglos de Edad Media, en la que se fomentaba la diferencia abismal que separaba las clases nobles, reales y eclesiásticas del pueblo llano, lo que no era sino una forma más de mantenerse en el poder de los primeros.

Las religiones cristiana y judía tampoco han ayudado nada en este punto. Si bien otros valores como la solidaridad y la ayuda al prójimo siempre han sido muy importantes, la ecuanimidad se ha pasado por alto. Dentro de la Iglesia, hay una clara jerarquía establecida y el trato es completamente diferente en función de la posición que se ocupa. A los feligreses, se les enseña a tratar de modo muy dispar al cura que al obispo, al Papa que al monaguillo.

Sin embargo, en el otro lado del mundo, esto no es así. En el budismo, por ejemplo, la ecuanimidad es uno de los valores más importantes para alcanzar la sabiduría y con ella la iluminación. Los tibetanos tratan de desarrollarla cada día y estiman sobremanera a quien la posee.  
Visto desde un punto de vista científico, la ecuanimidad parece ir en contra de la evolución. En cualquier grupo de primates hay una jerarquía establecida y el trato entre los individuos es completamente distinto en función de la posición que cada uno ocupa. Otros valores como la solidaridad sí parecen tener su base evolutiva, ya que el grupo se ve favorecido si todos se ayudan entre sí en los momentos difíciles. Pero la ecuanimidad no parece tan importante, ¿por qué hay que tratar a todos por igual? Parece lógico que los individuos “mejores” (más fuertes, listos o hermosos) tengan un trato preferente para así perpetuar esos valores en la siguiente generación.

Quizás por eso la ecuanimidad debería ser un valor al menos tan importante como el resto, porque no está tan metido en nuestros genes y por lo tanto es más “humano”, nace de nuestra voluntad, de nuestro deseo de un mundo diferente al que nos dictan los genes y la jerarquizada sociedad en la que vivimos. Crearía un planeta menos clasista y más humano y, aunque no nos iluminara, seguro que a cada uno de nosotros nos ayudaría a aumentar la sabiduría con la que vemos este mundo en el que nos ha tocado nacer.