El problema del mal consiste en
la incoherencia que supone la existencia del mal en el mundo (guerras,
asesinatos, desastres naturales) con la creencia en un dios omnisciente (que
todo lo sabe), omnipotente (capaz de hacer cualquier cosa) e infinitamente bueno
y misericordioso. Porque si dios puede hacer cualquier cosa y sabe lo que
ocurre en cada rincón del planeta, a menudo parece difícil explicar por qué no
actúa.
Este problema se ha señalado
desde el comienzo de las religiones monoteístas y muchos han sido los intentos
por solventarlo. San Agustín fue el primero en plantear las principales líneas
de defensa. Desde entonces, tres son las principales justificaciones de la
existencia de mal en el mundo.
En primer lugar, se argumenta que
el mal cometido por el hombre, como el asesinato, se debe a que dios creó al
hombre y le dotó de libre albedrío, de modo que no tuvo más remedio que
permitir que obrara el mal para que el bien fuera también fruto de una elección
libre.
En segundo lugar, el mal provocado
por desastres naturales se debe a que el mundo, para ser estable, tuvo que ser
creado en base a unas leyes físicas que implican necesariamente que se pueda
provocar un tsunami o un huracán.
Por último, tomando las ideas de
Platón se puede decir que el mal no existe sino que únicamente es la ausencia
del bien. Del mismo modo que la oscuridad es la ausencia de luz y el frío no es
sino la falta de calor, sólo hay bien en el mundo y hay mal en la medida en la
que nos alejamos del bien.
Este último argumento parece más
bien un juego de palabras ya que por ejemplo la enfermedad puede ser la
ausencia de salud, pero hay tantos modos de enfermar y el sufrimiento del
enfermo es tan real, que en realidad parece más propio decir que la salud es la
ausencia de enfermedad y no al revés.
El segundo argumento parece
socavar un poco la omnipotencia de dios, ya que entonces no es posible hacer
cualquier mundo, sino sólo una serie de mundos con ciertas características. En
cualquier caso los milagros, que no es sino una excepción en las leyes del
mundo, podrían suceder con más frecuencia y evitar desastres que van a llevarse
por delante la vida de miles de inocentes.
Con el desarrollo de la ciencia
moderna, hablar de mal, de bien y de sufrimiento cambia de perspectiva. El dolor
no es inherente al mundo, sino a los seres dotados con sistemas nerviosos que
les permitan sufrir. Cuando en la Tierra sólo había seres unicelulares o algas
nadie sufría, no había dolor porque no había seres capaces de sentirlo. Con la
evolución de las especies el dolor resultó útil para evitar que nos muerdan o
nos hieran y asegurarse de que trataremos de evitarlo en sucesivas ocasiones. Pero
el dolor no vino sólo, con él llegó el placer, que es la otra cara de la misma
moneda. Cuando el hombre tomó consciencia de sí mismo nuevos dolores surgieron
y también nuevos placeres.
Pese al problema del mal, es
posible creer en la existencia de un dios creador, si bien con ciertos matices.
El hombre no fue creado a partir del barro sino que ha llegado a ser lo que es
a través de un lento proceso evolutivo. La creación no sería de la Tierra como
tal, sino en todo caso de las leyes imperantes en el momento del Big Bang.
Desde entonces la interacción de dios con el mundo sería al menos invisible
para la inmensa mayoría de los seres humanos. Es posible que el mundo sea como
es, con todo su mal, pero que de algún modo exista una realidad superior donde
sí imperen esos atributos de bondad y misericordia. Este mundo podría pensarse
como una pequeña parte de esa realidad superior. Dios podría tener motivos para
apenas actuar sobre este mundo dado que nuestro sufrimiento es limitado en el
tiempo ya que siempre termina con la muerte en un puñado de años.
Lo que es más complicado de
entender es que ese mismo dios que es infinitamente bueno y justo permita la
existencia de un infierno tras nuestra muerte. Eso significaría la aplicación
voluntaria de un sufrimiento eterno. Muchos seres humanos entendemos que ningún
pecado cometido en el mundo merece ese tipo de castigo, por lo que, ¿cómo es
posible que algo que es más justo y misericordioso que nosotros pueda
permitirlo?
Tampoco es lícito aquí argumentar
que el infierno es cosa del demonio y no de dios, porque recordemos que lo
habíamos definido como omnipotente y omnisciente (sabe lo que pasa allí y si
quiere puede cambiarlo).
Parece que el problema del
infierno sí es incompatible con los atributos de bondad, omnisciencia y
omnipotencia. ¿Significa eso que queda demostrada la inexistencia de todo tipo
de divinidad?
No necesariamente, es posible
creer que de algún modo hay un plano espiritual más allá de lo que vemos y
entendemos del mundo. Pero hay que reconocer que hay creencias contradictorias.
Si el bien y la ayuda al prójimo son los grandes pilares de la vida espiritual
y estos se sustentan sobre la base de un ser que vela por ello, no se sostiene
la idea de castigos eternos de ultratumba.
Sin embargo, leyendo la Biblia (y
otros muchos libros sagrados) se habla constantemente de éste y otros tipos de
castigos, del eterno crujir de dientes, de masacres de inocentes cometidas
teóricamente por dios.
También se habla por supuesto de
la ayuda al prójimo y del amor incluso hacia el enemigo, en una época en la que
aquellos mensajes rompían completamente con el esquema del pensamiento
imperante.
En muchas ocasiones se dice que
los libros sagrados han sido escritos por hombres que, aunque se hayan apoyado
en las ideas de los profetas, han utilizado el lenguaje de la época para que
llegara a sus contemporáneos, ideas que resultan brutales para los ojos del
mundo actual.
Pero eso implica aceptar el
relativismo a la hora de acercarse a los libros sagrados, es el lector el que
ha de separar lo que es correcto y lo que es fruto de la época en la que fue
escrito, si quiere poder seguir creyendo en los principales atributos de dios.
Es posible seguir creyendo en un
dios con los atributos de omnipotencia, omnisciencia e infinita bondad, si
aceptamos que apenas se inmiscuye en los asuntos de este mundo, que no hay
castigos desproporcionados ni mucho menos eternos en un mundo más allá de éste,
y si leemos los libros sagrados sabiendo que sólo algunas partes hablan de ese
dios. Evidente parece también que una cosa es la divinidad en la que alguien
pueda creer y otra los hombres y las instituciones que dicen representar a este
dios en nuestro mundo. Y que estos últimos estarán cada vez más alejados de los
hombres si visten y almacenan oro en lugar de donarlo al desfavorecido, si les
importan más las restricciones de las libertades humanas que velar por el
hambriento. Si consienten en su seno, basándose en dogmas con poco fundamento
como el secreto de confesión, el mal absoluto como es el abuso de los más
débiles e inocentes del mundo que son los niños.
Y como sucede con todo lo
dogmático, la verdad de lo escrito en este artículo es relativa por lo que ha
de ser pesada con la balanza del corazón del lector.